Con un enfoque profundamente humano y visionario, el prelado criticó la apatía social e institucional frente al sufrimiento de los más desfavorecidos, y subrayó la importancia de crear una Iglesia y una comunidad que se inclinen para levantar a los caídos.
«La pobreza no es solo un asunto social ni un número. Es una cuestión familiar porque los pobres son nuestros hermanos. No podemos ignorar a quienes carecen de techo, empleo o están destruidos por las drogas. La fe no debe ser un refugio cómodo, sino un compromiso vivo con el sufrimiento del otro», señaló.
El obispo también mencionó las duras condiciones en su diócesis, donde la falta de empleo, la desigualdad y las adicciones afectan especialmente a los jóvenes.
«Venimos de barrios con muchas necesidades, donde la droga afecta a nuestros jóvenes y destruye familias. Pero también venimos con esperanza, sabiendo que Dios siempre nos levanta», expresó emocionado.
Sus palabras resonaron fuertemente en un país como Paraguay, afectado por el aumento de la pobreza y el impacto de las drogas en comunidades enteras. Monseñor García, con una perspectiva pastoral y crítica, denunció la aceptación de estas realidades.
«Hemos llegado a aceptar ver jóvenes destruidos por drogas, familias rotas por la falta de oportunidades, niños sin futuro. Y lo peor es que lo vemos como algo normal. Pero no lo es. Es dolor, y ese dolor tiene nombre y rostro», cuestionó.
Destacó que la pobreza no debe medirse solo en términos económicos, sino también por la soledad, exclusión y falta de esperanza. «La pobreza no se mide solo con el bolsillo. Se mide en la falta de abrazos, oportunidades, esperanza. Pero incluso en medio de todo eso, Dios se manifiesta y nos levanta», subrayó.
Recordó su reflexión en la «Súplica del pobre», indicando que este clamor está presente en toda la historia de la salvación. «¿Quién es el que pide? Quien se siente pobre y reconoce su necesidad de Dios. Cuidado con creerse superior o igual a Dios, porque entonces la oración pierde sentido. Todo viene de Dios por puro amor», dijo, invitando a la humildad.
García insistió en que la verdadera grandeza de la Iglesia radica en su capacidad de servicio. «Una Iglesia es grande cuando se inclina hacia el que está caído. Somos grandes porque el Señor nos hace grandes al amar, compartir y levantar a los demás», afirmó.
La misa reunió a cientos de peregrinos paraguayos y argentinos en la «Casa de la Madre» para agradecer, pedir y renovar su fe. Monseñor García estuvo acompañado de numerosos peregrinos de San Justo y La Matanza, incluyendo paraguayos del Gran Buenos Aires.
En otro momento, Monseñor García destacó el trabajo silencioso y comprometido de los Hogares de Cristo, que ofrecen apoyo y recuperación a personas vulnerables, con la participación activa de jóvenes paraguayos.
«El año pasado, jóvenes de Paraguay fueron a Argentina para recuperarse en los Hogares de Cristo. Hoy han regresado en pie, buscando a otros que aún están caídos. Eso es lo más hermoso: Dios nos quiere en pie y la Virgen nos abraza», relató emocionado.
El obispo agradeció el testimonio de los migrantes paraguayos en Argentina, quienes mantienen viva su devoción a la Virgen de Caacupé. «La mayoría de nuestros peregrinos son paraguayos que dejaron su cultura y familia buscando un futuro. Pero trajeron consigo su amor a la Virgen, y por eso hoy damos gracias», expresó, generando aplausos.
Antes de concluir, Monseñor García urgió a vivir la fe con coherencia, solidaridad y compasión. «Dios nos ha levantado a todos. Nadie puede decir que siempre estuvo bien. En algún momento, Dios nos levantó. Por eso debemos actuar cuando otros están caídos. La fe verdadera se traduce en acciones concretas de amor», sentenció.